Hoy de nuevo tuve una visión, aunque los dos viajeros de antes ya no han aparecido estos días.
Esta vez había un hombre solo, viajaba a través del desierto. Iba cubierto por una gruesa manta de color marrón, el viento soplaba con fuerza y avanzaba apenas mientras la arena trataba de tragárselo. Pero él se negaba a caer en la oscuridad del olvido incluso cuando cayó la noche.
Sacó de uno de sus bolsillos una diminuta botellita de cristal, en cuyo interior había una lucecita flotante de color azul. Destapó la botellita y el punto luminoso escapó raudo para girar cientos de veces por encima de la cabeza del hombre. El suelo bajo sus pies cambió a un color blanco, la arena se volvió roca sólida, el viento se detuvo y de las grietas de la roca blanca brotó un líquido espeso. Este a su vez se volvió cristal, que a la luz de la luna llena de esa noche, brillaba con un fulgor escarlata.
El cristal empezó siendo pequeño, pero en cuestión de pocos minutos creció alto hacia el cielo de forma tan imponente que pronto el hombre no le llegaba ni a la mitad de su altura. El enomre cúmulo se partió a la mitad y tomó formas más refinadas, transformándose en una gigantesca puerta rojiza.
-El camino se forma mientras avanzas. -susurró el hombre-
Abrió la puerta y entró a una espantosa oscuridad. La puerta desapareció con los primeros rayos del sol.
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