
Podría pretender que nada ocurre, que todo está bien en ese espacio maldito que ha sido su prisión personal por ya no recuerda cuantos años. Y la verdad es que no era tan difícil, porque con el paso de los días había conseguido trabajar cierta paciencia al hecho de ser una rata atrapada entre cientos de paredes, rodeado de jaulas más pequeñas como si cada una encerrara algo suyo. No sabría decir que es, tampoco es que fuera realmente así, simplemente tenía esa idea.
Todo estaba en silencio. Mucho tiempo estuvo así, pero ahora no lo soportaba. Necesitaba escuchar otra respiración que no fuera la suya. Estaba hasta la coronilla de todo aquello. Pero ¿qué podía hacer además de tragarse su frustración a base de voluntad? Los libros ya no eran suficientes, y sus esporádicas visitas de personas buscando olvido y oscuridad no bastaban.
El azul de la tristeza... si, ese mismo azul que llevaba viendo día tras día, tras día, tras día... ese azul estaba volviéndolo loco. Aunque desde antes tenía la impresión de que ya lo estaba, y muchas personas se lo habían dicho. Pero daba igual. Porque, atrapado como estaba, todo daba igual.
Pero eso no significaba que hubiera olvidado el porqué estaba ahí, y tampoco lo olvidaría. Solo restaba esperar.